Relato enviado por Eliazar C. el 23 de Septiembre del 2000 Pasión de Amor La noche se antoja esplendorosa, romántica, sensual. Aunque puede ser como cualquier noche, para ellos es punto de unión, de encuentro, resumen de las horas y los días en los que no se han visto. La noche, con su luna, es la cómplice eterna de los enamorados, resguardo de los fugitivos, y para ellos, recodo de sus pasiones y temores más profundos. El lugar puede ser cualquiera: una casa, el carro, la playa, etc.; el sitio es lo de menos; ellos sobreviven a su amor en cualquier espacio donde quepan sus dos cuerpos amorosos. Ella es alta, de piel blanca, caderas y nalgas exquisitas, hermosas piernas y senos como uvas maduras, boca lujuriosa y piel de mantequilla, cabello teñido -casi siempre tirando a rubio- (por eso él le llama Güera), sonrisa coqueta y labios carmesí. Martha se llama (aunque le gusta que le digan Marthita), y tiene un carácter fuerte pero a la vez introvertido. Quizá por eso él la ama. Él es más bien de complexión delgada, casi endeble. Usa anteojos que le dan un carácter y personalidad como de intelectual; se advierte en su mirada profunda una actitud siempre analítica y racional; es de los que aman profundamente pero que prefieren expresarlo con hechos más que con palabras. Experto en las lides del amor, su nombre es Alberto. Se trata de una pareja que tiene casi cinco años de una relación que ha cruzado los tiempos más difíciles pero también los más alegres. Se han dado todo: se han prodigado llantos y risas, insultos y besos, se han mentido y también se han descubierto con la verdad el uno al otro. Martha
sabe quién es Alberto; desde el primer momento que lo conoció
se enamoró de él, de esa seguridad que irradia cuando
camina, de esa actitud tan firme, responsable y llena de Alberto tenía dos años de haberse separado de su exposa cuando la conoció (aunque a los tres meses de este encuentro se divorció legalmente); él siempre se juraba difícil de comprometer en el amor, y se vio de pronto enredado entre los brazos y el amor de esta mujer. Como hombre, Alberto sucumbió en principio ante el diluvio de cascabeles de la sonrisa y la belleza de Martha, y ya no la pudo dejar, la ha traido pegada a su regazo, untada a su piel, metida en su corazón. La noche los sorprende en una calle cualquiera. Después de cenar, han recorrido la ciudad en el carro de Alberto. Se han detenido para brindarse mutuamente palabras de amor, alentados quizá por el vino tinto que han tomado durante la comida italiana, pero sí animados por el amor y el deseo. Ahora se entregan con coraje dando rienda suelta a sus instintos. Comienzan los besos y las caricias prolongadas. Uno a otro se brindan el amor y la pasión más dulce. Quizás sean estos momentos los más sinceros de su relación casi siempre tormentosa. Alberto
(A): ¡Me encantas Güera! (le dice mientras la
besa apasionadamente). Las caricias, besos y abrazos son interminables... M: ¡Tú
eres mío! ¡Nunca te voy a dejar! ¡Nadie nos va a
separar! (le dice entre besos) Los abrazos, besos y caricias suben de intensidad. Alberto le desabrocha la blusa y la falda. A estas alturas los dos se muestran sumamente excitados. A: (Bajándole
las pantaletas le dice al oído) Déjame chuparte,
dame tu panochita; (Carlos baja su cabeza y la pone entre
las piernas de Martha). Ábrete Güera, déjame chuparte
toda. Alberto recorre la vagina de Martha con sus labios y su lengua, se la come toda. Martha lo toma de la cabeza y lo empuja hacia su vagina... M: ¡Ay,
Alberto que rico! ¡Me gusta mucho! Nada les ha importado el pasar de otros carros por la calle; están entregados a su pasión amorosa. Es en estos momentos cuando uno descubre la importancia de estar con alguien a quien amas, y a quien sin reserva alguna le das tu cuerpo y tu alma enteros. Porque sabes que amas y que te aman; y así el amor y el sexo se hacen más placenteros. No hay engaño, no hay miedo, sólo la entrega más pura y sincera a quien amas y a quien te ama. Alberto ha recorrido el cuerpo de Martha con sus manos y su boca. La ha excitado hasta los límites del orgasmo. Él mismo se ha desabrochado el pantalón y ha descubierto su enorme sexo, un pene que ella misma ha descrito como bien grande. A: ¡Agárrame la berga, Güera... cómetela toda! Ella, obediente, toma el suculento miembro entre sus manos y comienza a masturbarlo. Lo mira y lo admira. Lo mete en su boca y comienza a lamerlo, a besarlo enloquecidamente, a saborearlo frenéticamente, a gozarlo suavemente, apasionadamente, amorosamente. A: ¡Así
Güera, cómetelo todo! ¡Que rico, me encanta que te
lo comas! ¡Chúpame la berga!. Alberto enciende el carro y se dirigen a la casa de Martha. Durante el trayecto siguen brindándose besos, caricias y palabras de amor. No es la calle, ni el carro, los únicos lugares donde lo han hecho; han estado en la playa, en la Sierra Tarahumara; en la sala, en el baño y en la cama de la casa de Alberto; también en la casa de Martha; en la casa de Rosa (la hermana de Martha); en la biblioteca pública donde Martha trabajaba; en infinidad de hoteles; de mañana, de tarde, de noche, a todas horas; muchas veces a escondidas para que no los sorprendan; también lo han hecho por teléfono. No hay espacio que no hayan conquistado con su amor y su sexo. Una locura inolvidable de amor. Llegan a la casa de Martha. De inmediato van a la cama. Se desvisten uno al otro mientras se besan apasionadamente. Las atrevidas caricias se hacen comunes y prolongadas. No queda rincón del cuerpo sin explorar. Desnudos totalmente se entregan a la culminación de su amor: el sexo total, sin límites. Sus cuerpos se confunden bajo las sábanas que pronto les estorban. Los besos y caricias evidencian el amor que se tienen, la pasión que se guardan. La cama parece ser el recinto único donde la pareja se encuentra sin cortapisas, sin miedos, sin inhibiciones, sin complejos, sin engaños. Han dejado de ser cada quien para ser uno solo. Martha es un volcán en erupción. Su cuerpo se estremece con las caricias y los besos de Alberto. Cierra los ojos y se deja llevar por la pasión sin límites. Alberto es su mejor guía, su preceptor, su maestro; y ella su mejor alumna, su compañera de viaje rumbo al sublime orgasmo. De hecho, a ella siempre la ha gustado ser conducida por Alberto. A: ¡Me
encantas Güera! ¡Te quiero un chingo! ¡No te puedo
dejar! Acostados, Alberto le besa apasionadamente la boca, el cuello, los turgentes senos, las piernas imponentes. Sube y baja por todo su cuerpo como recorriendo una escala musical. Martha es un suspiro, un gemido de placer constante, que no acaba. Alberto se detiene entre las piernas de Martha, la huele y recorre con sus labios ese maravilloso centro del universo que es su pubis (ella sabe que a Alberto le gusta el sexo oral). Ella suspira cuando Alberto por fin acaricia su vagina húmeda con sus labios sedientos de amor. Alberto es un experto. Con sus manos la agarra de las nalgas y se la come toda. Martha lo toma de la cabeza y lo empuja hacia su sexo cada vez más húmedo y ahora hinchado de pasión, de deseo. Juega con su clítoris, con sus labios vaginales, le introduce la lengua en esa oscura, suculenta y prometedora cavidad. M: ¡Más Alberto! ¡Chúpamela toda!. ¡Ay, estoy bien excitada! Alberto ha dispuesto su cuerpo de tal manera que ahora se presta para hacer la clásica posición del 69, donde ambos podrán disfrutarse oralmente. Martha también la ha dado rienda suelta a su pasión y goza profundamente del miembro viril al que ella le llama: Charlie. Lo chupa, lo lame, lo envuelve con sus manos y sus labios. Entra y sale con su boca llena de la berga de Alberto. Se lo come como si fuera una rico caramelo. M: ¡Me gusta mucho Charlie! ¡Nadie te lo chupa como yo, nadie! A: ¡Cómetelo todo Güera! ¡Así, Ay, que rico me la mamas! ¡Cómete toda la berga, es tuya! ¡Entra y sal, hasta adentro por favor! ¡Me encanta como me la chupas!. ¿Me como tu berguita, te la chupo, te la mamo toda? La berguita es el clítoris de Martha; que se hincha a plenitud cuando se aman... M: ¡Sí,
chúpamela toda! ¡La tengo bien hinchada mi amor, para ti! Se han mamado y chupado hasta el goce máximo. Han cambiado de posición una y otra vez, uno arriba del otro, sin reparar en cansancio alguno. Martha se pone encima de Alberto y le levanta las piernas como si se lo fuera a coger; restriega su vagina húmeda contra el ano de él como para introducirle el pequeño pene en que se ha convertido su clítoris. Esta práctica de querérselo coger es para Martha un sueño. Siempre se lo ha dicho: algún día te voy a coger. Alberto deja que Martha le haga lo que quiera porque desea verla feliz; y claro, él también lo disfruta. Ha llegado el momento en que ambos desean cogerse como sólo ellos lo saben hacer. Martha ahora se masturba como él le ha enseñado. Acomodan sus cuerpos y sus sexos justo en el espacio y el momento adecuados. Surgen implacables los abrazos y los besos, las palabras de amor y cariño mutuos: te quiero, te necesito, te amo, eres mío, no te dejaré nunca, etc. Se besan y abrazan con la fuerza del amor sincero, mientras se susurran al oído todas las palabras de amor que se han escrito sobre la faz de la tierra..... A: ¡Ábrete
Güera, te voy a coger toda! En la posición del misionero, Martha está acostada mientras él se prepara para hacerla gozar de un orgasmo inolvidable. La berga de Alberto no es solamente un falo grande y duro; es para ella la dulzura más divina, el placer infinito. Martha ha levantado sus piernas y su cuerpo para recibir la estocada del amor. La pasión se ubica ahora entre las carnes más blandas de la pareja enamorada y gozosa. Alberto introduce el duro cuerpo de su amor en esa ávida y amorosa caverna del placer. Le agarra las nalgas y la empuja hacia él. Los dos se entregan como nunca, se aman como nunca. Martha, en los brazos de Alberto se transforma, se descubre auténticamente, sin miedos; sólo el amor sobrevive en ese instante. A: ¡Muévete
Güera! ¡Cógeme! ¡Culéame! Las parejas que se aman y que sostienen una relación por años, han aprendido a utilizar un lenguaje amoroso que sólo ellos reconocen. Un lenguaje lateral y subversivo que sólo puede ser codificado por los que aman. Así, Alberto siempre le ha llamado: Güera, y cuando le ha dicho: Martha, ella sabe que está serio o enojado; Martha por su parte siempre lo llama por su nombre, pero cuando está animada le dice: mi cosita. Y ellos reconocen perfectamente esta comunicación amorosa. Por eso, cuando están en la cama disfrutando su relación sexual, se atreven a descubrirse y sin inhibiciones utilizan otro lenguaje que para el ciudadano común y obtuso puede parecer grosero; pero ellos así se aman y expresan. El acto sexual continúa frenético, se acarician, se besan, se disfrutan mutuamente. Martha está a punto de llegar al orgasmo y le dice: M: ¡Alberto, yo nunca había sentido esto. Tú me hiciste mujer, tú me has hecho disfrutar del sexo, tú me enseñaste todo esto que tanto me gusta, y ahora no te puedo dejar! Martha estuvo casada también. Según ella, la relación con su marido nunca fue satisfactoria, ni afectiva, ni moral, ni social, ni familiar, ni sexualmente. Ella siempre le dijo a Alberto que con su esposo nunca tuvo la oportunidad de descubrirse sexualmente porque todo para él era pecaminoso. Nunca supo del verdadero placer sexual, por eso ahora está encantada con Alberto quien le ha enseñado todo lo que se puede saber del sexo y sus diferentes maneras de disfrutarlo. Alberto es un hombre de flores, de poesías, de canciones, romántico, detallista, y todo eso que a una mujer como Martha le fascina y que en nada se compara con su anterior relación. M: ¡Culéame fuerte, recio Alberto! ¡Me quiero venir! ¡No pares, no pares, no pares...! Sobra decir que lo han hecho en todas las posiciones posibles, que han acomodado sus cuerpos de mil maneras para gozarse plenamente. Martha ha llegado con gran facilidad al orgasmo. A ese estado de placer que sólo se alcanza con la persona amada; plenitud que no concibe engaños, que no se vende ni se compra, que sólo se consigue con quien amas; y Martha ama a Alberto. Alberto sabe perfectamente cuándo Martha está a punto de venirse. Ella estira las piernas, las pone duras y lo aprieta fuerte con sus brazos y casi lo ahoga. Martha muchas veces ha llorado de placer, de felicidad sexual. Y está contenta de alcanzar el orgasmo pleno que le brinda su pareja, ella sabe que Alberto siempre la espera, la deja que ella se venga primero. Incluso, muchas veces, cuando lo hacen oralmente, se vienen sin que haya habido penetración vaginal alguna. Y los dos lo gozan y jadean juntos. M: ¡Así
quédate, no te muevas! ¡Así quédate! Ahora, después de tan intensa actividad sexual descansan. Alberto espera que Martha se reponga para continuar con tan placentera tarea. Pasado unos momentos, que ellos han aprovechado para besarse mientras Martha se acurruca en el pecho de Alberto y le ha pedido que le diga cuánto la quiere, Alberto comienza de nuevo el escarceo amoroso... A: ¡Me quiero venir, Güera! ¡Déjame cogerte! Alberto la besa apasionadamente. Vuelve a recorrer el cuerpo de Martha con sus manos y su boca. De hecho, él siempre se lo hace como si fuera la primera vez, y siempre le gusta inventar nuevas formas de amarla y de prodigarle placer sexual. Alberto es muy creativo y ella acepta gustosa todas esas novedades que él inventa para hacerla feliz. Alberto le ha pedido que se voltee, que se ponga de rodillas para poderla agarrar de espaldas. Ella sabe que a él le gusta mucho ésta posición y por eso accede, y él se lo dice: A: ¡Güera, me encanta agarrarte por atrás! ¡Me encanta tu culo! ¡Estás bien rica! ¡Qué bonito culo tienes, mi amor! ¡Me encanta agarrarte así! ¡Tiénes bien rico el culito! Así, de rodillas, de espaldas a él, Alberto aprovecha para besarle el ano porque sabe que a ella le gusta que se lo haga...y a él le encanta hacérselo... A: ¡Deja mamarte el culito, Güera! ¡Déjame chupártelo todo! ¡Qué rico lo tienes! No es la primera vez que hacen esta práctica del cunninlingus, es faena común de su relación... M: ¡Alberto,
me excitas! ¡Me gusta mucho! Obediente, Alberto procede a ponerse un condón para cumplirle como ella lo demanda. Es necesario entonces untarse un poco de aceite para facilitar la introducción de Charlie en ese pequeño rincón del amor. Tampoco es la primera vez que lo hacen vía anal. Desde hace más de 3 años lo han venido haciendo con cierta regularidad, y a los dos les encanta. Alberto se la mete poco a poco para evitar en lo posible el dolor (aunque ahora el dolor se convierte en placer). Le dice al oído palabras de amor para animarla y hacerle sentir que está con ella, que también lo disfruta... A: ¡Te
quiero mucho Güera! ¡Me encanta tu culito! ¡Dámelo
todo! Ambos han llegado al éxtasis, a la satisfacción mutua. Hacerlo así, por atrás, los ha unido más como pareja. Se sienten más uno del otro. Se pertenecen totalmente. M: ¡Alberto,
esto es lo máximo! ¡Quiero que siempre lo hagamos así!
¡Quiero que siempre me Martha esta gozando plenamente de la tremenda cogida que le está pegando el hombre que ama; el hombre que tantas cosas le ha enseñado. A ella siempre le ha gustado que Alberto le diga cosas, que la oriente, que le dé consejos, que le enseñe nuevas cosas; así lo quiere más, le pertenece más... Martha ha llegado contentísima por fin al orgasmo anal; un orgasmo dulce y pleno producto del amor... M: ¡Alberto,
me estoy viniendo por atrás! ¡
Alberto, siento bien bonito! ¡Así mi amor! ¡Ay Alberto,
te amo mi amor! ¡ Alberto... Alberto... Alberto..! Y Alberto hace lo que ella le pide con tanta pasión y ternura... Le deja ir sobre su pecho ese torrente de vida que es su esperma, su semen, los Charlitos como ella les dice. La sexualidad de esta pareja ha sido siempre búsqueda y placer constante. Ambos recuerdan aquella noche cuando en casa de Alberto filmaron en video una noche llena de pasión, como queriendo guardar para siempre, para la historia, su sexualidad más pura. El amor ha alcanzado su expresión más auténtica, más sincera. Alberto y Martha se aman, se necesitan, se pertenecen, se desean...
Es ya muy noche, afuera hace un calor insoportable, como suele hacer en Sinaloa. Cansados, pero felices, la enamorada pareja se va quedado dormida casi sin darse cuenta. Y así, dormidos, los sorprende la hermosa vida. Mazatlán, Sin., 2000. Todos
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