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Relato enviado por Andrea Fdz. el 30 de Septiembre del 2000

PRIMERA VEZ.


Hola. Mi nombre es Andrea y soy parte de esa
generación que fue pionera en cuestiones de educación
sexual, por lo que ya desde la escuela primaria supe
que del pene de los niños podía salir otra cosa
distinta de lo que siempre había visto (pipí); eso
despertó en mí una curiosidad, un morbo muy difícil de
explicar, algo muy parecido a lo que sentía cuando
veía a los perros de la calle cogiéndose a una
perrita, pero yo entonces no sabía bien a bien lo que
estaba pasando. Ya en 3° de la secundaria, los chavos,
muy fanfarrones de ser machos, no se cuidaban de
hablar frente a nosotras y yo creo que a propósito,
usando lenguaje vulgar y obsceno que me molestaba,
pero me molestaba más aún darme cuenta de que al mismo
tiempo me excitaba. Y es que se albureaban entre ellos
y hablaban mucho de "la leche". Ninguna de mis amigas
la había visto y ni modo de preguntarle a las maestras
las dudas que tenía, si de verdad era leche como la de
las mujeres o si se podían ver esos bichitos que
hacían bebés (podría haberlo visto en una película
porno pero en ese tiempo las videocaseteras y las
películas eran sólo para la gente rica). Por fin un
día con todo y pena me ganó el chincual y a uno de mis
compañeros del salón (que me gustaba mucho, por
cierto) y con el que me llevaba bien, se lo pregunté a
solas, pues mis amigas, tan ignorantes como yo no se
atrevían a hacerlo (él tenía por novia a una de las
más bonitas de la secundaria). El muy desvergonzado y
atrevido dijo que para qué me conformaba con una
descripción de su leche si podía verla en vivo si yo
misma se la sacaba. Yo de atrevida le dije que no
sabía cómo y entonces me dijo que tenía que ordeñarlo
igual que a las vacas. Yo estaba mojadísima por lo que
estábamos platicando, por que ya en ese plan, él no
dejaba de mirarme a las piernas (siempre usé las
faldas lo más cortas que dejaban usar los prefectos,
pues aunque yo no era de las más bonitas de la
escuela, si tenía fama de ser de las que enseñaba
más). Me invitó a que nos fuéramos de pinta al día
siguiente al bosque de la 3a. Sección de Chapultepec.

La calentura del momento me hizo decir que sí. Esa
noche no pude dormir pensando en lo que sucedería.
Amaneció y corriendo para que no me fueran a ver mis
compañeras por la calle, acudí a la estación
Observatorio del metro donde había quedado de verme
con mi compañero. Yo tenía entonces 15 años, pero
aquel día mi falda escolar, mis tobilleras y mis
lindas piernas hicieron voltear a cuanto hombre joven
o maduro me vio pasar, pues de tan excitada que
estaba, me subí la falda del uniforme lo más que pude
y al caminar rozaba mis piernas una contra la otra y
eso y las miradas descaradas de los tipos me producían
una sensación muy grata de saberme una jovencita
atractiva y peligrosamente embarazable. Esa es para
mí, hasta le fecha uno de los momentos en que más
cachonda y más hembra me he sentido. Nos encontramos,
tomamos el bus que subía a la 3ª sección de
Chapultepec y ya en el bosque me llevó hasta un lugar
escondido donde hay varias cuevas. El desabrochó su
pantalón y me estremecí de ver por primera vez una
verga bien parada. Me acuclillé, y se la miré de
cerca, casi con curiosidad científica. De paso me di
cuenta de que yo me veía buenísima con los muslos así
doblados. El me dijo que se la tocara y yo me asombré
de lo dura que podía ponerse esa tripa flácida y fea
que siempre le había visto a los niños. Pero así
parada se veía altiva y orgullosa. "-Mira hazle así-"
y me enseñó cómo. "-Más rápido-" me decía. Puso voz
como de súplica y me dijo "-chúpala-", pero me dio
asco pensando que iba a chupar su orina y le dije que
no. Ya me estaba cansando de tanto hacerle cuando él
me dijo "-ya casi...pon tu mano para que la veas-". Ví
que se ponía tenso y su cara como si algo le doliera
mucho y le dije "que te pasa, ¿te lastimé?". Entonces
comenzó a venirse en mi mano izquierda. Entre
excitada, miedosa y curiosa, me asombre al ver que de
verdad no salía nada de orina que es lo que siempre
había visto, sino tres, cuatro, cinco chorros de
lechita blanca y espesa y yo me espanté y grité,
primero porque la sentí muy caliente y después porque
no sabía cuánta iba a salirle. Cuando vi que no salía
más le pregunté, "¿te dolió ?" y con cara de cansado
me dijo que no. "¿Y entonces por que pusiste esa
cara?" le pregunté. "Es que se siente riquísimo?".
Miré y toqué su semen con los dedos y estuve un ratito
estudiando el premio de mi curiosidad. Al fin, limpié
mi mano en el pasto. Me dijo "Ven, dale una
chupadita", pero el saber que su leche era capaz de
hacerme un bebé travieso me hizo decirle que no.

Estuvimos un rato platicando (con todo y pena) y
paseando. Antes de irnos nos besamos y él me miró y me
acarició todo lo que quiso. Estando de pie y
abrazados, sentía sus manos bajo mi chiquifalda
acariciando desesperadamente mis nalgas, el nacimiento
de mis muslos y mi sexo, y yo doblaba mis piernas y
las subía para facilitarle su deliciosa labor. Y sin
embargo, a pesar de lo excitada que estaba, yo tenía
la sensación de que algo desesperadamente necesario me
faltaba. Le acaricié su cosa, todavía húmeda cuando en
eso me volteó y sentí que me estaba bajando los
calzones. Estuve a punto de dejarme ensartar pues yo
estaba mojadísima y en la calentura total, pero lo
mojado de su verga, mi educación, la posibilidad de
que nos vieran y la posibilidad de un embarazo
hicieron que de pronto todo me diera miedo y ya no me
atreví a más nada. Estaba yo muy chamaca.
Afortunadamente después de regalarme esa rica
experiencia, el chavo se portó a la altura, no sé si
por discreción o porque de saberse algo, su linda
novia lo habría cortado. Recuerdo gratamente aquel
suceso inolvidable, mezcla de curiosidad, miedo y
sensualidad. Y recuerdo también que fue hasta dos años
después cuando supe que esa sensación de urgencia y
necesidad que en aquella ocasión sentí, no era otra
cosa que la necesidad de sentir una verga tibia y
cariñosa llenando el espacio cálido y húmedo que tengo
entre mis piernas.

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